
16/03/2025
Era una noche oscura y callada, tan sombría que parecía que el cielo había olvidado cómo soñar con estrellas. En un rincón del mundo, donde el lago reflejaba sombras en lugar de luz, una niña con lazos blancos en el cabello se asomaba a través de un marco roto que una vez pudo haber sido una ventana. Estaba sola, aunque no del todo; el aire estaba cargado de presencias invisibles, y el agua del lago parecía susurrar secretos que solo ella podía escuchar.
La niña, que se llamaba Emily, llevaba un abrigo raído pero digno, y en sus ojos brillaba la curiosidad de quien ha visto poco pero imagina mucho. Frente a ella, los lirios de agua flotaban sobre el lago oscuro como islas en un mar de tinieblas, y de cada uno de ellos brotaba una pequeña flor que parecía hecha de hilo de plata. Más allá, en la distancia, se alzaban montañas que abrazaban un diminuto pueblo, sus luces parpadeando como si dudaran de su propia existencia.
“¿Quién vive ahí?” murmuró Emily, pero no esperaba respuesta, pues las preguntas que hacía no eran para los vivos. Sin embargo, aquella noche, una voz respondió, una voz que no venía del aire ni del agua, sino del marco roto frente a ella.
“Son los que quedaron atrapados entre el lago y el cielo,” dijo la voz, grave y llena de ecos, como si hablara desde las raíces del mundo. Emily no se sobresaltó, aunque su corazón dio un pequeño brinco. Era una niña que no temía a lo extraño, porque había aprendido que lo extraño siempre tenía algo que enseñar.
“¿Por qué están atrapados?” preguntó, con la seriedad de quien busca comprender.
La voz pareció suspirar, y el marco roto se iluminó con una pálida luz, mostrando imágenes de un tiempo pasado. Emily vio a las gentes del pueblo: hombres y mujeres, niños y ancianos, todos caminando por senderos que serpenteaban entre las montañas y el lago. Sus rostros eran amables, pero en sus manos cargaban pesos invisibles que los hacían caminar lentamente.
“Prometieron algo al lago,” explicó la voz, “y el lago, en su infinito deseo de guardar aquello que le dieron, no los dejó ir.”
Emily frunció el ceño. “¿Qué prometieron?”
La voz se volvió más suave, casi un susurro. “Sus recuerdos más felices.”
La niña miró los lirios de agua, donde las flores plateadas seguían brillando débilmente. Supo, sin que nadie se lo explicara, que aquellas flores eran los recuerdos de esas gentes atrapadas. Cada una guardaba un momento: una risa, un abrazo, un día soleado que nunca volvería.
“¿Y pueden recuperarlos?” preguntó Emily, sintiendo una extraña tristeza por esas personas que vivían en sombras.
La voz guardó silencio, como si dudara en responder. Finalmente, dijo: “Solo alguien que no tema perder lo poco que tiene podría devolverles sus recuerdos.”
Emily miró su reflejo en el lago. No tenía mucho: un abrigo viejo, dos lazos blancos en el cabello y un corazón lleno de preguntas. Pero lo que tenía era suyo, y sabía que podía compartirlo.
“Yo lo haré,” dijo, y su voz, aunque pequeña, resonó en la inmensidad de la noche.
La luz en el marco parpadeó, y una ráfaga de viento cruzó el lago, levantando pequeñas ondas que hicieron que los lirios se balancearan. Emily extendió su mano hacia el agua, y al tocarla, sintió que algo cálido y brillante salía de su pecho, viajando hacia las flores.
Una a una, las flores plateadas comenzaron a florecer con más intensidad, y en el pueblo lejano, las luces de las casas dejaron de titilar. Ahora brillaban con firmeza, como si algo perdido hubiera sido hallado.
Emily no supo cuánto tiempo pasó antes de que la voz volviera a hablar. “Has hecho lo que nadie más se atrevió a hacer. Sus recuerdos están de vuelta, y el lago está en paz.”
Cuando levantó la vista, el marco roto ya no estaba, y las montañas y el pueblo parecían más claros, más vivos. Emily se sintió más ligera, como si algo dentro de ella también hubiera florecido. Y aunque sabía que había dado algo valioso, no se sentía vacía, porque ahora llevaba consigo una nueva historia, una que nunca olvidaría.
Duvan