15/07/2024
TOMÁS BORDONES SEGÚN LETICIA AGUIRRE
Por ROBERTO A. FERRERO
El sábado 14 de marzo de 1998 tuve la satisfacción de entrevistar en su casa de Júpiter 1247 (B. Olivos) a la señora Leticia Aguirre, viuda del recordado dirigente estudiantil Tomás Bordones. Frente a una taza de té, con amabilidad y nostalgia, me contó infinidad de anécdotas y episodios que muestran la evangélica personalidad de aquel militante de la izquierda reformista. Me leyó también una hermosa semblanza de Bordones, muy bien escrita por ella misma, recortes, fotografías y la partida de casamiento de ellos.
Bordones nació en Mendoza el 21 de diciembre de 1907, en el seno de una modesta familia, e hizo allí sus estudios primarios y secundarios. En 1925 vino a Córdoba para anotarse en la carrera de Medicina. Pagó los aranceles una sola vez porque luego en su calidad de alumno sobresaliente, nunca más debió abonarla. Se mantenía con una pequeña beca, de la cual mandaba la mitad a su madre, en Mendoza. En 1927 fue elegido delegado de 2° año de CEM y conoció a la señora Leticia, que también estudiaba Medicina por imposición paterna (luego abandonó y rindió materias de Derecho). En 1928 fue elegido delegado de 3° año.
Pese a ser hombre sin partido, era tal su autoridad ante el estudiantado reformista que fue elegido por unanimidad Presidente de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC). En tal carácter dirigió la gran huelga del año 1932, que paralizó la Universidad. Le faltaba entonces, una sola materia. La rindió en 1933 y se recibió. En la colación de grados, Novillo Corvalán, entones Rector, le extendió el rollo del diploma con la mano izquierda y le extendió la diestra para felicitarlo. Bordones lo miró de arriba abajo y no le dio la suya. Se retiró con el diploma y se lo dio a Leticia. Se casaron el 21 de agosto de 1934
En 1937, el Dr. Donato Latella Frías, intendente de Córdoba lo designó espontáneamente Director de un dispensario de Barrio San Martín. Cuando lo mandó llamar, Bordones se indignó de antemano. Creía que lo citaba para pedirle que se afiliara al radicalismo. Su esposa le recomendó calma… volvió con la propuesta, que aceptó. Por su inteligencia, corrección y altruismo gozaba de una general estima. Taborda y Deodoro Roca lo distinguían con su amistad. Frecuentaba el sótano de Deodoro y la casa de Taborda en Unquillo. Éste lo invitó a colaborar en “Facundo” y Roca en su periódico “Flecha”. El famoso médico el “Chino” Navarro, que había sido su profesor, le ofreció un sanatorio particular para que ejerciera la profesión. Durante su carrera había sido practicante Mayor y Menor por concurso en el Hospital de Clínicas. También en el sanatorio Santa María de Punilla, cuando estuvo enfermo de tuberculosis, de la que curó.
Era generoso al extremo de hacer padecer a los suyos. En casa, dice doña Leticia, nunca había plata porque él siempre la daba a los pobres, a los enfermos, a los necesitados. Su corazón se estrujaba ante el espectáculo de la miseria en los barrios que visitaba para curar. Tenía pudor de comprar cosas para sí o darse comodidades domésticas pensando en los millones de compatriotas que no tenían qué ponerse o qué comer. Hasta le disgustaba comprarse un traje nuevo, y su esposa tuvo que llevarlo engañado a una sastrería de la calle Rivera Indarte para poder imponerle uno.
Sobre el escritorio hay un pequeño retrato suyo, con una dedicatoria para Leticia: me la lee. En ella y otras que me dice de memoria se advierte la vena romántica de su autor.
Era orador, improvisaba sus discursos. Para el del 15 de junio de 1932 en el Rivera Indarte, le pide a Leticia que le tome por escrito el discurso que él le va a dictar, porque “vos tenés mejor letra que yo”. Pero cuando llega la ocasión, se guarda el papel en el bolsillo y no lo lee: improvisa un gran discurso paseándose por el escenario.
Así como es generoso es de valiente en la lucha callejera o ante la policía. En las manifestaciones, cuando el Escuadrón de Caballería carga, él está al frente del estudiantado, tomando a los caballos de la brida para parar los ataques. Al salir de la Cárcel de Encausados, después de aprisionado tras la “toma” de la Universidad que él encabezó, el Dr. Gregorio Bergman lleva a la novia a esperarlo. Con un gendarme adelante y otro atrás, a bayoneta calada, sale Bordones y al verla quiere acercarse para saludarla, y el gendarme lo vuelve a su lugar a punta de bayoneta. Tomás la mira y dice a viva voz: “Perdónalos Leticia, porque ellos tampoco saben lo que hacen”.
Alberdi y especialmente el “Barrio Clínicas” -donde vivió toda su vida de estudiante- era su reducto. Allí era universalmente querido y protegido. Cuando la policía negaba su permiso para los actos reformistas, prestaban los vecinos los techos de sus casas para hacer los famosos “mitines aéreos”, donde se escuchaba el verbo inflamado de Tomás Bordones. En un momento álgido de la huelga van dos policías al Clínicas a ver al jefe de la cátedra, Dr. Gregorio Martínez para que les señale quién es Bordones pues deben detenerlo. Martínez, que está en las antípodas del espectro ideológico en relación a su alumno, comprende que lo van a mandar al Sur, donde su salud no resistirá. Entonces se reúne con él en la Sala de Rayos, le informa de la cuestión, le hace poner un guardapolvo con su nombre y hace que su chofer se lo lleve. Recién cuando calcula que el vehículo ha abandonado el Clínicas con su precioso pasajero, vuelve y dice a los esbirros que “el practicante Bordones no se encuentra en el Hospital”.
Enemigo de los convencionalismos y las formalidades, se casó por Iglesia sólo por darle el gusto a su novia, que le dijo: “O yo me caso como Dios manda o no me caso nada. No tengo ningún interés ni ningún apuro en hacerlo” (ella era muy católica). Bordones se retiró con sólo un “buenas tardes”, pero al rato volvió y admitió la boda religiosa. Preocupado por las cosas esenciales, no daba importancia alguna a su aspecto personal, ante la preocupación de su compañera. Sus amigas le decían bromeando: “¿y cómo anda el despeinado?” Pero no podía ver a algún estudiante pasando necesidades, sin invitarlo a su casa a comer, a veces privándose él mismo de hacerlo como correspondía.
Joven aún, -no tenía 35 años- sufrió un ataque cerebral en noviembre de 1941. Durante tres días, los más eminentes médicos -que eran también sus amigos- lucharon contra la enfermedad por salvarlo, rodeando su lecho día y noche. No lo consiguieron. Falleció el 26 de noviembre de 1941 y Córdoba entera lamentó su partida. “Los dioses llaman temprano a sus preferidos”, decían los griegos. Una calle de Alberdi lleva con justicia su nombre.
Córdoba, 15 de Marzo de 1998